Wednesday, January 2, 2008

El hombre araña


Una de estas mañanas caminaba por entre los edificios de uno de los hospitales de la ciudad, cuando me dirigía a realizar mi otro trabajo: intérprete. Llevaba la típica cara de sueño de día lunes, pero con la constancia de saber que me gusta y disfruto lo que hago, una suerte de la que no todos gozan. Mientras cruzaba de un edificio a otro, a través de un pasillo hecho de ventanas y cuando pecaba de veleidosa al mirarme en el reflejo de los vidrios, lo vi. Divisé al mismísimo hombre araña en persona. En un segundo remplacé mi vanidad por este personaje, que había captado mi absoluta atención. Pero este héroe me parecía un poco diferente al que conocía de la pantalla grande. Si bien es cierto que ambos colgaban en las alturas, este no tenia traje azul y rojo, no tenia mascara, no era musculoso y definitivamente no lanzaba tela de arañas. Por lo contrario su cuerpo era famélico, vestía de azul oscuro, tenia gorra en vez de mascara y si estaba colgando, pero de dos cuerdas que estaban atadas a los costados de un tipo columpio donde no cabía nada mas que el y sus pensamientos. Este “Spider Man” era hispano y no salvaba vidas sino que trabajaba salvando a las ventanas del polvo y la suciedad. El héroe de mi hijo Amaru, de tantos niños y adultos era uno de los tantos trabajadores inmigrantes que eligen labores riesgosas y que comprometen su bienestar por ganarse el pan. Uno de muchos que tienen grandes posibilidades de lesionarse mientras labora y uno de tantos que tienen que lidiar con la negativa de algún jefe inescrupuloso que no quiera cubrir los gastos médicos en caso de accidente.Mientras su columpio se mecía de lado a lado debido al viento otoñal, repentinamente el hombre dejo de limpiar y se quedo abstraído mirando la ventana que tenia en frente. ¿En qué pensaría? Yo tenía tanta curiosidad que deje congelados mis pasos en aquel pasillo. No sé si recordaba a su familia, o en cómo llegó hasta este país o si simplemente estaba de fisgón, mirando las vidas ajenas que concurría dentro del edificio. De lo que estoy casi segura es que sentado en esa endeble sillita, aquel hombre no estaba de caprichoso. Dos días después de mi encuentro con aquel personaje, me encontraba manejando hacia “Mi Gente” cuando vi a otro hispano en plena calle Central con su boca muy acomodada en una tremenda “caguama” de cerveza con pie apoyado en el muro y todo. Por su parte, la policía por su parte a menos de 10 metros a la vuelta de la esquina no se había percatado del descarado paisano.Les aviso o no, pensaba yo mientras la posible escena de aquel hombre manejando y causando un accidente se me pasaba frente a los ojos.Pero mi disyuntiva murió ahí como muchas buenas intenciones cuando una amarga sensación en mi estomago aviso que me sentiría mal si lo reportaba y con la conciencia pesada y bastante molesta seguí mi camino. ¿Hice bien o mal? Mi propio juicio calaba más hondo en mí que la opinión de otros al respecto. Y ahí, cuando decidí sacarme la responsabilidad y me hice la loca con lo acontecido no podía dejar de pensar en mi encuentro fortuito con el hombre arana, que mientras se balanceaba arriesgando su vida sacando el polvo a los edificios, otros se dan el lujo de embriagarse a plena luz de día. Ahora que lo pienso mejor y se volviera estar al frente del “bebedor” tampoco lo acusaría pero le contaría sobre Edgar Moreno, ecuatoriano que murió al caer del piso 47 de un edificio en Manhattan la semana pasada y de su hermano Alcides, que lucha por su vida en un hospital local, mientras él con los pies sobre la tierra no hace más que ayudar a que la palabra hispano tenga otro significado, y no sea una alergia para este país.

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