Monday, May 26, 2008

Octavo pecado capital


Hace 1.500 años el papa Gregorio I enumeró los siete pecados capitales, los cuales más tarde serían recogidos por el gran Dante Alighieri en su “Divina Comedia”. La lujuria, avaricia, gula, pereza, ira, envidia y la soberbia eran utilizadas por la Iglesia Católica para instruir a sus seguidores sobre la moralidad.
Pero hace unas semanas estos vicios dejaron de ser únicos. Hoy, con el más absoluto respeto hacia el Papa I, Dante, y ya que Santo Tomás de Aquino vetó la vanagloria, tengo la osadía de agregar uno más a la lista. El octavo pecado: Negar la educación.
Nuestro atractivo Carolina del Norte ya no será más conocido por sus bellas montañas. De ahora en adelante también se distinguirá por ser el primer estado donde se niega a los estudiantes indocumentados ingresar a los Colegios Comunitarios, el primer estado donde se niega el derecho social de la educación.
La Oficina del Fiscal General del Estado no ha tenido ningún pudor para minimizar el futuro de muchas mentes que podrían llegar a ser brillantes. Jóvenes “culpables” de haber tomado las manos de sus padres para cruzar al otro lado de la cerca.
No entiendo por qué se sigue insistiendo en imputar a los hijos por la decisión de los padres de venir a buscar un mejor bienestar. Esa búsqueda es vista por muchos como un crimen, cuando solo se trata de supervivencia.
Criminales los que matan, torturan, violan y esclavizan. ¿Que pasaría si se siguiera la política de culpar a los hijos de criminales reales? Aún no conozco a ningún hijo de nazi marcado con una estrella, ni al hijo de un torturador golpeado, ni menos al primogénito de un racista encadenado, linchado o sentado en la parte trasera de un bus. Simplemente no se da, porque es erróneo.
Si esta ley continúa su camino, lo único que conseguirá es un montón de estudiantes sin visión de futuro, trabajando en un restaurante de comida rápida o en algún otro empleo donde lo acepten sin papeles.
Sin mirar en menos estos trabajos, los cuales son realizados con dignidad por muchos hispanos, ¿no se supone que se viene a este país como un sacrificio para dar a los hijos una oportunidad de lograr algo mejor?
Por otra parte, otro número de estudiantes podrían caer en pandillas, drogas o prostitución, lo que aguaría los deseos de las autoridades de bajar la criminalidad del estado, cuando cualquier persona, con un mínimo de cerebro, puede inferir que los jóvenes sin estudios se dejan arrastrar más fácilmente por el crimen y la vida fácil, sobre todo si pertenecen a una minoría.
El pronunciar este nuevo pecado sin la invitación de nadie me hace atrevida, pero tengo mis razones. En marzo de este año El Vaticano anunció otros siete pecados sociales. Por supuesto que el que yo propongo no estaba incluido, siendo que la lucha de los indocumentados por la educación viene hace un tiempo largo. A mi forma de ver su relevancia es absoluta, sobretodo porque la inmigración indocumentada no es un problema local sino mundial.
Puede que mi anuncio le parezca un atrevimiento, después de todo ¿quién soy yo para crear otro pecado? Pero yo, como usted, tengo la libertad del sentir e intentar expresar lo que hay en mis vísceras. Porque si uno no dice lo que piensa, no defiende ni se apasiona por algo, de alguna forma es rendirse, es bajar los brazos y en ocasiones hasta morir.
Lo que está sucediendo en nuestro estado es un acto de terrorismo contra el intelecto, contra las oportunidades y el espíritu hambriento de miles de jóvenes.
Los que orgullosamente se dignan celebrar este “logro” no se han percatado que se están tirando tierra ellos mismos y al país que tanto aman y protegen, porque un país sin educación es un imperio en decadencia.