Wednesday, January 16, 2008

Saber soltar




A diario me quedo perpleja mirando por la ventana hacia la calle Independence desde el piso seis de la brillante “Torre Dorada” donde se encuentra nuestra oficina. Mientras me encontraba observando el tráfico, me interrumpió la agradable visita del señor de las frutas. Don Héctor va a “Mi Gente” casi a diario con sus cajas de Jicamas con pepino y jugos naturales que salvan el postre de algunos y las tripas de una vegetariana como yo. Animada le pregunté como le había ido en sus fiestas de fin de año pero su afable sonrisa se opacó cuando respondió que su padre había fallecido hace un par de semanas en México y que él no pudo viajar para estar en su funeral. “Lo siento mucho señor” expresé sin saber que decir y sintiéndome medio ridícula de no poder acotar nada más que la típica frase que se dice cada vez que alguien pasa a mejor vida. Rápidamente me hizo pensar en todas las ocasiones que despierto asustada con la sensación de que algo malo ha pasado con mi familia en Chile, con el enojo que me provoca nunca tener una tarjeta telefónica a mano y con el descanso que siento cuando finalmente me comunico y escucho la voz de mis padres. Es que ser inmigrante no es solo la lucha de subsistir en un país lejano, sino también dejar atrás todo una vida, el calor de los seres queridos, los recuerdos más preciados; todo lo que no cabe en una maleta. Me hizo también recordar hace unos años la voz dolorida de mi jefe cuando me contaba que su madre había muerto en Colombia el día de Navidad y su descanso cuando pudo viajar para despedirla.Ellos, así como tantas personas que decidimos cambiar nuestro país bajo cualquier circunstancia, debemos lidiar con la angustia de una mala noticia, en algún momento, a través de las prolongadas millas. Con papeles o no, educación o no, pudiendo viajar o no, estamos expuestos a la incertidumbre del errante y en ocasiones a llorar desde lejos pues los viajeros sufrimos la carga de tener “un pie aquí y otro allá”.En mis primeros meses en Charlotte me refugié en una antigua amiga; la lectura. “El Faquir”, fue uno de los libros que –como digo yo- me salvó la vida. Su autor retrata a un caminante de la cuerda floja y la idea de “Saber soltar” refiriéndose al despojarse de las cosas materiales y de las emocionales para poder mantenernos en la cuerda de la vida sin perder el norte.Pero aunque el libro me convenció, ahora se que el despojarse de todo es de alguna forma morir, porque queramos o no toda nuestra historia nos persigue donde quiera que vamos.Aquella tarde, luego de que Don José dejó la oficina pensé en un montón de cosas que pude haberle dicho pero que solo hubieran aumentado mi vocabulario de disculpas y no hubiera mejorado su temple. En el mundo de las emociones los documentos de estatus que hay entre unos y otros no existen porque en la distancia todos convergemos en lo mismo. El dolor todos lo sentimos por igual.