Tuesday, March 31, 2009

“No se tú”


Desde pequeña me gustaba crear historias. Muchas de estas eran basadas en las vidas de las personas que veía en la calle, miradas ajenas y sonrisas inesperadas.

A menudo trataba de visualizar vidas forasteras para así poder dar sentido a la mía propia y entender de una buena vez que la vida y la humanidad es un solo hilo donde explota una enorme cantidad de coincidencias y encuentros.

Cuando llegue a este país por primera vez, solía sentarme en alguna cafetería y pedir café con leche el cual no degustaba porque aún no caía en las garras de la cafeina. Sin embargo el vaho tibio y el aroma en mi rostro provocaba una cierta complicidad y tibieza en mi interior.

De alguna manera me sentía protegida por su humeante compañía mientras miraba por la ventana y cavilaba sobre todo lo que quedo atrás, sobre mi país, mi gente y mis experiencias. Desde ese entonces la manía de observar personas se ha vuelto casi incontrolable. Cuantas ventanas de comunicación y conexión podemos abrir solo al observar? Es la conexión siempre directa con las personas o se puede crear un enlace telepático con desconocidos? 

Así fue como hace unos días atrás, casi 10 años más tarde de mi llegada a Charlotte, caminaba por lods pasillos de un supermercado cuando escuché una voz masculina cantando “No se tú” de Armando Manzanero o quizás más conocidamente interpretada por Luis Miguel.

Cuando me volteé a mirar al dueño de la privilegiada voz me asombré de ver que era un afroamericano, con la cabeza llena de “rastas” con los audífonos de “I Pod” bien puestos y los ojos bien cerrados. Mediante su ceño fruncido se podía ver como la pasión por aquella canción se desbordaba como lagrimas que llegaban al suelo y se expandían por los pasillos.

En aquella ocasión no me atreví a acercarme y preguntar cómo cantaba tan bien en español y cómo conocía esa canción. En aquel segundo mis cualidades de reportera quedaron tiradas en el suelo.

Pero hace unos días me volví a encontrar con el erudito del canto, quien tarareaba la misma canción con el ceño igualmente fruncido.

Esta vez no permití que mi -no tan obvia timidez- hiciera de las suyas y mediante una torpe caminada tipo “inspector Gadget” me acerqué sin ninguna ocurrencia más que levantar mi dedo pulgar y decir:”that is a beautiful song”.

El, sin conocerme me regaló la más increíble sonrisa de la semana, que por cierto, necesitaba terriblemente.

Resulta que Ronald era cantante desde niño, le gustaba cantar en diferentes idiomas y estaba recién aprendiendo español en la biblioteca.

Yo por mi parte, contenta de haber podido apagar mi timidez, dediqué varios minutos a conocer un poco de él. Fue revelador aprender que el orígen de una persona, en un pais donde aun existe lejania entre las razas, pasa a ser secundario cuando se traspasan las barreras y cuando la música y la urgencia de aprender un idioma tan bello como el castellano acercan a las personas y no las alejan.

Hoy con alegría me percato que la gente está dejándose llevar por el hecho de que existe una necesidad social de acercamiento, de una comunidad integral, de tolerancia y de aprendizaje con el prójimo. Eso es lo que yo percibo. “No se tú”.

Thursday, February 5, 2009

El ADN no miente





















Desde que comenzó la carrera presidencial, lo que se escuchaba repetitivamente era que si Barack Obama ganaba sería el primer presidente negro de los Estados Unidos.

Ahora que Obama ya es el presidente de esta nación parece que todos los análisis y comentarios todavía siguen concentrándose en el hecho de que el que lleva los pantalones es de piel oscura y sus antepasados vienen de África.

Está bien, sí es un gran suceso que después de tantos años de esclavitud y de racismo en la historia de este país, es sorprendente descubrir que finalmente la mentalidad está cambiando, pero al mismo tiempo creo que es hora de variar un poco el enfoque del bagaje racial del líder de la Casa Blanca.

Quizás si leyéramos los estudios del joven investigador norteamericano Spencer Wells, quien se ha dedicado a buscar gotas de sangre por todo el mundo para hacer una conexión genética entre todos los habitantes de este planeta, el color del presidente o de cualquier otra persona no sería tan determinante.

En sus análisis genético Spencer concluye que provenimos de unos humanos que vivían en el este de África hace 60.000 años y que emigraron hacia Asia, por la costa, hasta llegar a Australia hace 50.000 años. Por otra parte, otra oleada migratoria habría viajado hace 45.000 años al Medio Oriente y Asia Central y desde ahí unos fueron hacia Europa y otros a Siberia, de donde cruzaron a América.

Es decir, según este y otros estudios todos seríamos hijos del negro continente, que todos los humanos estamos relacionados por nuestros antepasados africanos, que el color de la piel fue cambiando y adaptándose a las nuevas destinaciones geográficas, condiciones climáticas y nueva alimentación.
Estas investigaciones determinan no solamente que todos provenimos de África sino que la inmigración es real desde que el mundo es mundo. De manera que, ni los negros ni los inmigrantes son algo nuevo, por lo tanto no entiendo porque estos temas se tratan como si fuera algo sorprendente e inusual.

Entiendo que estos estudios pueden asustar a muchos, sobre todo a los que cualquier cosa más oscura que su piel les da alergia, o a los que miran en menos a las personas que pertenecen a culturas diferentes.
Pero la verdad es que no podemos arrancar del ADN porque lo que corre en nuestras venas tiene tono de tambores. Más de uno dirá: “Yo no vengo de los negros, mi familia es
blanca”, pero a pesar del ataque que esto pueda provocarles, la realidad es otra.

Quizás si leyéramos y nos pusiéramos al día con la historia real de nuestros orígenes podríamos acabar con tantos conceptos ridículos de superioridad.

Esta idea de homogeneidad racial coloca a colectividades como los Ku Klux Klan, y su show barato de encapuchados blancos, en el más absoluto ridículo. También taparía la boca de otros, como la de un “educador” hispano, quien se refirió -ante mi explosivo rostro- a los preescolares negros como “monitos colgando en una pared”.

Asimismo, los resultados de los largos años dedicados a buscar los orígenes de la civilización no sólo colocan en tela de juicio el “mal juicio” de los racistas, sino también el equívoco ataque en contra de los inmigrantes que se desplazan para buscar una mejor vida, porque el hombre siempre buscó la movilización como herramienta de supervivencia y perpetuación.

Creo que para poder escalar a un nivel superior como seres humanos tenemos que empezar a conectarnos con nuestra esencia, entender que hay un hilo que nos une a todos, queramos o no, y que finalmente las razas no existen porque a pesar de la evolución que hemos experimentado, en el fondo, en el tuétano, todos somos negros.

Wednesday, January 7, 2009

Lo ausente


En Chile, cuando llegaba la medianoche de cada 31 de diciembre todos celebrábamos al compás de una cumbia orquestada -que enojaría a los colombianos- y aplicábamos todos los trucos supersticiosos de las uvas, las lentejas, las maletas o ropa interior amarilla para que el año que se asomaba frente a nuestros ojos fuera aún más generoso.


Eso hacíamos cada año sin excepción, hasta que dejé Los Andes para venir aquí. Hace pocos días atrás, cuando el 2009 entró por nuestra puerta se encontró sin uvas, ni lentejas ni nada parecido. Por el contrario, encontró a dos mujeres conversando acerca de la vida, bebiendo el veneno del recuerdo y esperando arreglar el mundo a punta de palabras y rechazando creer que un puñado de uvas pueda decidir en las vicisitudes que esta nos pudiera traer.


A pesar de mi perturbada noche advertí que muchos disfrutaban con sincero regocijo el nuevo año con fiestas caseras, grandes comilonas, reuniones etílicas y con las lentejas que se ausentaron en mi morada. Otros intentaban imitar la cena exactamente como alguna vez la tuvieron junto a su familia en sus respectivos países, para así poder encontrar su cable a tierra.


Pero a pesar de la alegría generalizada también pude sentir que mi melancolía nocturna pudo haber sido compartida por muchas familias inmigrantes, porque a pesar de que uno experimenta una nueva vida en este país, tiene otros amigos y hasta nueva familia, siempre está el recuerdo de lo que quedo atrás, de nuestra tierra, de los que nos esperan, de los que nos necesitan y no nos tienen a su lado.


Supe entonces también que el proceso de adaptación nunca es completo sino parcial, porque uno no termina de extrañar ni de añorar. Sin pecar de negativa o demasiado melancólica me permito vivir intensamente entre recuerdos, porque creo que todo lo nuevo que vivamos o logremos aquí, está directamente relacionado con los eventos del ayer y lo que fuimos antes de venir a estas tierras.


Esta vez no escribí mis deseos en un papel ni tampoco quemé los malos eventos de los años anteriores, esta vez todos esos juegos y su diversión perdieron sentido. En mi lista mental sólo pedía que los que se sienten lejos se sientan cerca, que los que estén tristes recuperen la alegría y que el emigrar junte y no separe.


Otro año, otra vida, otra oportunidad de hacer y rehacer me repetía aquella noche. pero mientras manejaba por las calles charlotinas, aún iluminadas extravagantemente por las luces navideñas, no podía dejar de pensar en lo ausente. Lo siento, no es que no podía sino simplemente, no quería.