Wednesday, October 1, 2008

¿Es la paz un cliché?


El 7 de septiembre de 2001 y luego de la insistencia y el arduo trabajo de Jeremy Gilley, un joven director de cine, la ONU asignaba el 21 de septiembre como el Día Internacional de la Paz. Cuatro días más tarde, casi 3 mil personas perecían en el ataque del 11 de septiembre en Nueva York.
Desde niña me ha preocupado el tema de la paz, y aunque creo fervientemente de que todos podemos hacer algo para lograrla, también me inquieta que se esté convirtiendo en una idea utópica como tantos otros conceptos lo han hecho.
Las guerras, el narcotráfico, los abusos sexuales por parte de sacerdotes de la Iglesia Católica, los secuestros, extorsiones y la suciedad moral, parecen ser el pan de cada día y atentan contra el bienestar de todos los ciudadanos del mundo. ¿Será que la paz no es más que un cliché, un símbolo pasado de moda o trasnochado que huele a podrido?
Lo cierto es que todos hablan de ella. Algunos con mucha autoridad que se llenan la boca con “soluciones” que no logramos escuchar, y terminan llenándose los bolsillos a cuesta de la desgracia de los demás. La guerra no es más que un negocio para los mismos que la crean y que amasan su fortuna con ella.
Me causa desolación pensar que cada uno de nosotros somos víctimas de los actos temperamentales de los dirigentes de las grandes potencias. Parece que jugaran sentados uno al lado del otro a decidir a quien atacar, a quien rescatar o a quien dejar abandonado a su suerte. Los grandes “países justicieros” se entrometen en los líos de otras naciones sólo cuando hay de donde beneficiarse; son como un superhéroe con un cuchillo escondido en la capa.
Extrañamos pacificadores de verdad. Faltan más Mathama Ghandi, Lesh Walessa, Nelson Mandela, Matin Luther King, Aung San Suu Kyi, Bertha Kinsky baronesa von Suttner, Jane Addams o Madre Teresa de Calcuta, en nuestro camino.
Así también fallamos en reconocer la labor real de muchas personas comunes y corrientes, como la de Jeremy Gilley, que se ha dedicado a recorrer el mundo, hablar con parlamentarios, visitar países pobres y mirar con sus propios ojos la realidad de este mundo.
Me perturba saber de gente que se pretende premiar sin merecerlo. Cuando a la presidenta de Chile, mi país, se le ocurrió la idea de formalizar la postulación de Ingrid Betancourt para el Premio Nobel del la Paz, pensé que se le había zafado un tornillo de la cabeza.
Yo, al igual que la mayoría, sentí profunda tristeza por el cautiverio de la ex candidata a la presidencia colombiana. También sentí alegría y emoción cuando fue liberada. Pero, ¿creo que Ingrid Betancourt debería recibir un premio tan noble como el Nóbel de la Paz? No, no lo creo. Betancourt fue, gracias a ella misma, victima de una situación terrible, pero tal vicisitud no la convierte en una paladina que haya trabajado a gran escala por la paz como otros lo han hecho. “No amerito recibir el premio Nóbel de la Paz. Es demasiado grande para mí, pero sería increíble para la lucha por la libertad”, declaró la colombofrancesa días después de su liberación. Me parece que ella quiere decir “no lo quiero, pero otórguenmelo”. Ricki Martin con su labor de embajador de buena voluntad de UNICEF, y dejando de lado el tambaleo de sus caderas, se merece más un reconocimiento que ella.
Yo prefiero confiar en personas comunes y corrientes, en ciudadanos que sí han usado su tiempo y hasta arriesgado su vida en intentar dialogar y buscar alternativas viables para lograr un entendimiento en un mundo bélico por naturaleza. No a los que posan detrás de un escritorio, de un alto rango o una situación lamentable.
El trabajo y el camino para alcanzar la tranquilidad es complejo, pero a pesar de que la paz es escurridiza vale la pena hacer algo, siempre vale la pena el intento porque de nuestra actitud depende todo un futuro. La concordia comienza en las cosas más simples de nuestro diario vivir.
Si logramos mirar bien el fondo de nuestro carácter nos daremos cuenta que cada día tenemos una oportunidad de ser bélicos o ser apacibles, de dejarnos llevar por la ira y la envidia o aplacar con una sonrisa a quien nos quiere hacer daño.
Hay cosas que se pueden revertir, por muy arraigadas que estén, si se tiene el ímpetu de hacerlo. Aunque la guerra sea parte de la raza humana, aunque la paz parezca un cliché, aunque sólo demos pequeños pasos.
Por último lo invito a visitar la página de internet donde hay gente que sí se preocupa por lo que sucede y donde me comprometí a hacer algo por la paz mundial. Yo, como primer paso, empecé escribiendo esta columna. ¿Y usted como quiere cooperar?

http://www.peaceoneday.org/.

“El mundo no está amenazado por las malas personas, sino por aquellos que permiten la maldad” Albert Einstein

¿Importan nuestras campañas?

Desde que comenzaron las actividades antiínmigrantes, se han tratado de hacer diferentes iniciativas para poder cambiar la idea conceptual sobre los hispanos.
Yo misma fui parte de una de esas iniciativas cuando, en pleno auge de hispanos borrachos sobre el volante, me invitaron a participar en una campaña para crear conciencia de que la botella y el volante no hacen una buena dupla.
En esos días Sue Myrick se convirtió en la paladina en contra de los “mojados”. También en aquel tiempo, y porque nadie quería unirse en una sola campaña y todos querían tener una propia -que raro-, varias ideas salieron a flote con tal de contrarrestar la mala reputación y demostrar que a nuestra comunidad hispana le preocupaba el tema y que no todos son desidiosos.
Pero la preocupación reinaba siempre como una mala migraña, porque a pesar de los esfuerzos y los lemas, seguíamos sintiendo el corazón apretado cada vez que en las noticias aparecían los apellidos latinos involucrados con muertes provocadas por manejar en estado etílico o por otros crímenes más graves.
Se crearon programas de rehabilitación y charlas educativas. También nos dio por limpiar las calles, barrer, recoger basura, fuera o no de nosotros, solamente con el objetivo de demostrar que nos gusta vivir en barrios pulcros, aunque ésta no siempre sea la realidad. ¡Pero vamos!, fuera como fuera existía y existe la urgencia desesperada de tener que revertir la forma en como somos analizados y catalogados.
La pregunta es: ¿alguna de estas campañas ha logrado cambiar el que nos miren cada vez con más desprecio? Creo que no. Es más, pienso que el anglosajón está cansado de creer en nosotros y en darnos más oportunidades porque hemos hecho todo lo contrario a lo que debe hacer un visitante.
Esté de acuerdo conmigo o no, el tiempo que se ha gastado en promover los buenos modales -que deberíamos tener de todas maneras- no ha servido de mucho. Triste pero cierto. Porque aunque la indolencia hispana es evidente e incomprensible, debemos considerar que la apatía que nuestra irresponsabilidad provoca en los ciudadanos de este país es aún más preocupante.
Día tras día, más estados y más legisladores nos quieren fuera de su tierra, ya no hacen hincapié ni disimulo en insultarnos públicamente y definitivamente muchos no tienen ni un mínimo deseo de ver un cambio de actitud de nuestra parte; sólo nos quieren fuera. ¡Out! Ser desconsiderados con nuestros anfitriones ha convertido el sueño americano en la pesadilla americana donde las oportunidades, antes presentes, se escapan de nuestros dedos.
Cavar nuestra propia tumba es algo que sí hemos sabido hacer. Últimamente, cuando se habla de la comunidad latina, los norteamericanos que nos desprecian están visualizando borrachos, asesinos, golpeadores de mujeres, violadores de niños, gandules, sucios y roba identidades. No piensan en los padres de familia abnegados, en los profesionales, en los que se han esforzado en aprender inglés, en los que no ensucian, en los que respetan o en los que han asimilado la cultura.
No creo que las campañas sean absurdas, sin sentido o innecesarias, de hecho es la única forma en que demostramos que aún tenemos esperanza en nosotros. Pero indiscutiblemente el efecto que se ha esperado lograr no ha sido suficiente para revertir el ensañamiento, porque hemos “metido la pata” una y otra vez y nos hemos comportado desagradecidamente. Si no quiere ser tratado como borracho, no maneje ebrio. Si no quiere ser tratado como cochino no ensucie, si no quiere ser tratado como aprovechador, no engañe. Vergonzoso es ver a la gente que tiene tremendas camionetas de último modelo, aplicando por estampillas de comida.
La incógnita es qué hacer ahora cuando este tsunami se nos está viniendo encima irremediablemente. Muchos están arrancando, otros han decidido quedarse y esperar que la ola se retire. Seguramente los medios de comunicación y líderes comunitarios seguiremos intentando nadar contra la corriente para cambiar el rótulo tan pesado que llevamos a cuestas.
¿Pero sabe algo?, por mucha ayuda que haya, sin su asistencia, su preocupación y su honestidad, estaremos más pronto viajando hacia la frontera sur que quedándonos aquí, donde ya hemos formado nuestras vidas y es el único país que nuestros hijos reconocen.