Wednesday, January 2, 2008

¿Discriminador yo? ¡no quién dijo!


Crecí en un país donde el año el mi nacimiento todo remeció, cuando la historia de mi añorado Chile cambió significativamente. Crecí entre protestas, bombas lacrimógenas, militares con sus poderosas botas de punta de fierro que dejaban considerables moretones, toques de queda, desaparecidos, lágrimas, muchas lágrimas. Mis padres solían decirnos: “miren bien lo que sucede en su país”, yo por mi parte, abría bien los ojos para grabarme todo lo que pudiera, para no olvidar porque aunque el borrón y cuenta nueva cumple cierta función reconciliadora, en ocasiones olvidar nos quita un poco de humanidad. En “Mi Gente” hemos seguido la lucha inmigrante, del pueblo, de los que quieren ser algo y hacer historia, el hermano trabajador, el carpintero, el paletero, el obrero y el pintor. Todos nosotros, de alguna u otra manera, enfrentamos a diario el no ser rey en nuestro propio reino y esperamos que el Congreso de esta nación vuelque la mirada a nuestras actitudes positivas y nuestras necesidades y que no se nos recrimine por ser latinos o por hablar el idioma de Cervantes. Pero ¿De qué hablo? Por qué deberíamos recibir condescendencias y privilegios si nuestra cultura también discrimina a gran escala? Estamos llenos de prejuicios, de clases y subclases. Sí señores, nosotros los latinoamericanos enjuiciamos, miramos en menos, segregamos y aún así tenemos el descaro de exigir justicia. Patéticamente y sin reparos enjuiciamos al que no se vino en avión, al que no tiene pasaporte, al que es hispano de piel más oscura, al que es negro entero, al “mexicanito”, al que no habla inglés, al que no sabe escribir, a las mujeres que usan el pelo largo y parecen virgen de pueblo, a los que no tienen la misma religión, a los que van al Eastland Mall y no al South Park, a la madre soltera, al de los pelos parados y tiesos, al que dice “órale güey”, el que va al banco con la ropa manchada con pintura después de una jornada de trabajo, al afroamericano, al indio, al gringo. Pienso que todas las personas somos pequeños universos, tenemos la grandeza de ser diferentes incluso perteneciendo a una misma cultura. Mi hermana “La Negra” y yo, madres solteras y orgullosas, llevamos a nuestros traviesos hijos a una escuela de Charlotte donde la mayoría de su alumnado es hispano. Una de las madres le ofreció “ride” ya que vio a mi hermana, tomando el bus. Después de algunas conversaciones la mujer se enteró que “La Negra”, es mamá soltera, que no seguía ninguna religión y que su hijo no era bautizado. No faltó más información para que la amable mujer y otras madres que antes le hablaban le hicieran “la ley del hielo”, le cortaran el privilegio del aventón y actuaran como si nunca la hubieran conocido. ¿Qué provoca que una apacible dueña de casa cambie su forma de actuar de la noche a la mañana? Hablando de pecados, la ignorancia es el peor de ellos y aunque no conozco todos los pasajes de “La Biblia”, como otras personas que hacen uso de ellos para todo, incluso para engañar, sé y me consta que en ninguna parte Dios dice que está bien enjuiciar a las personas diferentes, a los que no comparten la religión y dogmas, a los que no piensan como uno, eso dejémoslo a los dictadores.

1 comment:

diario de un caminante said...

Querida y recordada amiga, junto a esta, he leído las dos primeras columnas que encabezan este blog, y debo decirte que me siento orgulloso y afortunado de haber compartido un momento de mi vida con alguien como tú. Me alegra despejar toda duda, aquella interrogante eterna que me hacía cuestionar tu partida a una tierra lejana, desconocida, desprovista de tus seres queridos, de tu historia, de tus amores terrenales y celestiales. Recordarte caminando alegre sobre la arena de la Laguna y de pronto saberte lejos, "sola", así como distante de aquellas aficiones que alguna vez tanto te atrajeron en Sudamérica, me dolía. Y de pronto hoy, casi compartiendo la profesión que escogí para darle algún sentido otro a mi vida, comprendo al fin el valor de tu presencia en USA. Qué fuerza, qué entrega, que generosidad y valentía y sensibilidad emanan de tus palabras. A diferencia de muchos periodistas que ayer conocí en el aula, veo hoy en tus escritos ese anhelo urgente de cambiar o mejorar el mundo que hemos creado, convencida de que todo aporte, por pequeño que parezca, es importante y necesario. Un deber.

Gracias Daniela, por abrir la puerta.