Monday, August 4, 2008

LA COPA MAS AMARGA


Hace ya un par de meses, mientras me hacía cómplice de una deliciosa copa de vino tinto para atraer recuerdos de mi querido Chile, y realizaba mi trabajo diario de revisar noticias supe de María Isabel Vásquez.
María Isabel fue una joven oaxaqueña que falleció por insolación luego de trabajar recogiendo uvas por nueve horas consecutivas sin tomar agua. 108.4 grados de temperatura corporal son los que tenía cuando llegó al hospital.
Cuando vi su foto, una rabia que no puedo explicar por medio de esta columna acaparó mis huesos y casi hace que me atragante con el vino. Su dulce rostro de niña, su inocencia y sus esperanzas de 17 años quedaron abandonados en un campo agrícola.
La obrera murió porque los capataces, o mejor dicho los verdugos, le negaron un descanso y la sombra. Disculpen, permítanme arreglar la información que estoy brindando. Los capataces sí le dieron un descanso para tomar agua, pero por diez minutos luego de todas esas horas bajo un sol intenso y castigador. Por cierto, la joven no fue la única que no pudo soportar la jornada suicida, tampoco el bebé que llevaba en su vientre.
“Que pena por la niña, pero también estaba ilegal en este país”, fue el comentario hecho por un anglosajón en una página de internet. ¿Qué tiene que ver la “ilegalidad” en esto? ¿Es que el hecho de ser indocumentado da pie para excusar estas muertes negligentes?
Me molesta la ignorancia y estupidez de algunas personas. Sinceramente me cuesta trabajo creer que ese señor se niegue a comer uvas, papas, tomates, fresas, pepinos, duraznos, y todo tipo de alimentos que son mayormente conservados y recolectados por inmigrantes. Si él consume frutas y verduras no debería tener el descaro de arrojar sus fríos comentarios; al final de cuentas no sería más que un hombre inconsecuente.
Lo peor es que ni la muerte de un trabajador, ni los comentarios displicentes de un lector, causan un cambio drástico de conciencia con respecto a esta problemática. Parece que los animales no son los únicos en peligro de extinción, sino también los escrúpulos de muchos empresarios que no muestran ni una pizca de humanidad con sus trabajadores que –en el fondo- son los que les llenan los bolsillos.
Con la sinceridad que pretendo regalar en mis palabras, debo reconocer que nunca pensé que se haría algo al respecto, porque muchas muertes de obreros ya han pasado desapercibidas. Pero a pesar de mi desmedida frustración, hace algunos días la vida me mostró, una vez más, que me equivoco.
La empresa que había contratado a la joven obrera había sido sancionada con la mayor multa de la historia del estado de California. Los 262.700 dólares con los que fue multada la compañía son sólo una cantidad.
Y si bien es cierto, ningún monto podrá reparar dos vidas ya perdidas y seguramente ya olvidadas, por lo menos puede ser una esperanza de que los legisladores y políticos hayan comenzado a valorar más la vida, el trabajo y la seguridad de los que, con el sol en la espalda y la piel vuelta negra, se encargan de cultivar y recoger los alimentos que se posan en nuestra mesa.
Lo que esa cantidad tampoco podrá cambiar es la copa de vino más amarga que me ha tocado beber, ni la sensación de tristeza al pensar que a diario manos llenas de tierra, trabajan para que personas como yo, puedan gozar de vez en cuando de unos momentos con sus recuerdos.