Monday, July 7, 2008

Los sueños perdidos


Un día, cinco madres hispanas planeamos quedarnos en la casa de mi hermana a pasar una noche de chicas y, aunque obviamente los hijos también eran parte del paquete, los maridos y novios respectivos no estaban invitados.

Todas estábamos entusiasmadas con la idea de tener un momento femenino, tiempo para conversar, tomar sol, ver películas y de pasadita quejarnos de los hombres, uno de los deportes preferidos de las reuniones femeninas.

El entusiasmo frente a tal tertulia era exacerbado pero no inusual, porque la vida de muchas mujeres, sobre todo inmigrantes, se reduce muchas veces a tareas domésticas, pañales y ollas, por eso la oportunidad de un momento diferente es aceptado casi como un regalo.

Personalmente me interesaba mucho la reunión, porque mi cabeza se alimenta de experiencias personales, de momentos de verdad, de cosas cotidianas, de emociones e historias. El escuchar me permite entrar a un mundo ajeno, porque cada persona es un universo propio.

Mi hermana había preparado, bajo el hermoso y antiguo árbol de su casa, una escena tipo campestre con comida, frutas y varias “delicatessen” para nuestro deleite.
Al principio hablábamos de cosas triviales, niños, maridos, trabajo y todas esas cosas que hacen de la vida lo que es.

Pero cuando la confianza se había apoderado de nuestras lenguas y mis oídos se habían agudizado frente a tan valiosas palabras, tuvimos que interrumpir la velada porque la rutina diaria, de la cual tratábamos de escapar, hizo de las suyas una vez más.

Dos de las cinco mujeres tuvieron que partir precipitadamente porque se hacía tarde y los maridos no les habían permitido quedarse a dormir.

Otra, que estaba contenta de haber obtenido el beneplácito, fue interceptada a mitad de tarde por su cónyuge que llegó sorpresivamente a buscarla, frente a la mirada atónita de mi hermana y la mía, porque no quería pasar la noche sin ella.

“Pero, ¿en qué mundo vivimos?”, preguntó mi hermana. “Parece que estamos en la prehistoria” agregué yo. Pero nuestros alegatos no pudieron hacer nada por cambiar la situación.

Aquella tarde, el bloqueador solar no fue usado. Las frutas frescas quedaron a medio comer a merced de los mosquitos y los niños tristes porque sus amigos no se quedarían a dormir.
Las verdades, quejas, sentimientos y sueños de los que cada una quería hablar quedaron atrapados en el pecho y en un corazón con el ímpetu de gritar.

Al llegar la noche, la velada de cinco mujeres concluyó sólo con dos. Mi hermana y yo terminamos bebiendo un poco del vino reservado celosamente para la ocasión y comentando tan interesante desenlace.

Al tiempo después, y al compartir más con las susodichas, conocí otras facetas que esa tarde truncada no pude llegar a conocer, que reflejan los sueños perdidos de estas y muchas otras mujeres inmigrantes. Una de ellas soñaba con tener su propia empresa, otra graduarse de abogada, la otra ejercer su carrera de administración o estudiar gastronomía.
Muchas mujeres viven una realidad, la aceptan y son felices pero eso no significa que no tengan otros sueños, metas o aspiraciones.

La mujer inmigrante tiene fuerza, tenacidad y un potencial retenido. Trabajan, cocinan, crían, hacen las compras, limpian y administran la casa, son esposas.
Pero aparte de tan esmeradas prácticas, muchas quieren hablar, expresarse y compartir un poco de tiempo fuera de su círculo. Pero todas estas tareas, la falta de ayuda y a veces de comprensión, cortan las alas.
Muchas sienten que no pueden, que no deben o simplemente sus compañeros no las dejan. “A veces dan ganas de abrir la puerta y salir corriendo” dijo una de ellas. ¿Qué mejor ejemplo de urgencia que ese?

Ese día para nosotras fue difícil entender la situación de nuestras invitadas. En nuestro país las cosas se manejan diferente, la mujer tiene más individualidad y aunque la familia es primordial también lo es el desarrollo personal.

Respetando las diferencias culturales y no cayendo en ningún tipo de feminismo barato, creo que cada mujer merece apoyo para crecer y la libertad de hacerlo, si así lo desea.
Cada mujer tiene una fuerza y un ímpetu que no debería ser cegado por nada ni por nadie, menos por el que se sirve a diario.