Wednesday, January 7, 2009

Lo ausente


En Chile, cuando llegaba la medianoche de cada 31 de diciembre todos celebrábamos al compás de una cumbia orquestada -que enojaría a los colombianos- y aplicábamos todos los trucos supersticiosos de las uvas, las lentejas, las maletas o ropa interior amarilla para que el año que se asomaba frente a nuestros ojos fuera aún más generoso.


Eso hacíamos cada año sin excepción, hasta que dejé Los Andes para venir aquí. Hace pocos días atrás, cuando el 2009 entró por nuestra puerta se encontró sin uvas, ni lentejas ni nada parecido. Por el contrario, encontró a dos mujeres conversando acerca de la vida, bebiendo el veneno del recuerdo y esperando arreglar el mundo a punta de palabras y rechazando creer que un puñado de uvas pueda decidir en las vicisitudes que esta nos pudiera traer.


A pesar de mi perturbada noche advertí que muchos disfrutaban con sincero regocijo el nuevo año con fiestas caseras, grandes comilonas, reuniones etílicas y con las lentejas que se ausentaron en mi morada. Otros intentaban imitar la cena exactamente como alguna vez la tuvieron junto a su familia en sus respectivos países, para así poder encontrar su cable a tierra.


Pero a pesar de la alegría generalizada también pude sentir que mi melancolía nocturna pudo haber sido compartida por muchas familias inmigrantes, porque a pesar de que uno experimenta una nueva vida en este país, tiene otros amigos y hasta nueva familia, siempre está el recuerdo de lo que quedo atrás, de nuestra tierra, de los que nos esperan, de los que nos necesitan y no nos tienen a su lado.


Supe entonces también que el proceso de adaptación nunca es completo sino parcial, porque uno no termina de extrañar ni de añorar. Sin pecar de negativa o demasiado melancólica me permito vivir intensamente entre recuerdos, porque creo que todo lo nuevo que vivamos o logremos aquí, está directamente relacionado con los eventos del ayer y lo que fuimos antes de venir a estas tierras.


Esta vez no escribí mis deseos en un papel ni tampoco quemé los malos eventos de los años anteriores, esta vez todos esos juegos y su diversión perdieron sentido. En mi lista mental sólo pedía que los que se sienten lejos se sientan cerca, que los que estén tristes recuperen la alegría y que el emigrar junte y no separe.


Otro año, otra vida, otra oportunidad de hacer y rehacer me repetía aquella noche. pero mientras manejaba por las calles charlotinas, aún iluminadas extravagantemente por las luces navideñas, no podía dejar de pensar en lo ausente. Lo siento, no es que no podía sino simplemente, no quería.