Monday, April 28, 2008

Camarones con “ongos”

(Fotografía Danielle Pascal)

Hace un tiempo fui a uno de los restaurantes hispanos de la ciudad. Mientras miraba la carta para decidir mi almuerzo, mis ojos se detuvieron estrepitosamente en un plato muy especial; Camarones con “Ongos”.
Al comienzo a mi acompañante y a mí nos dio un poco de risa. “Tráigame por favor los camarones con hongos pero con hache”, solicité, con un tono medio juguetón al mesero. El sonrió y asintió, pero la situación no pasó a más en aquella ocasión ni en ninguna de las otras veces que volví al lugar y me encontré con el mismo “ongo”.
Siempre he pensado que hacer un trabajo informativo como el que se realiza en los medios escritos no es sólo de suma importancia sino también de una absoluta responsabilidad, porque los lectores confían en noticias veraces y bien escritas.
Es ahí cuando toma sentido la insistencia de mi jefe en que seamos muy precisos en nuestros artículos, y su sufrimiento cada vez que alguno de nosotros comete un error ortográfico. Más de alguna vez me gané el “mijita esto no es así. Toma ese librito de allá y búscalo”. Yo, en mi juego de aprendiz, acataba sus mandatos, y aunque a veces osé a refutarlo, debo decir que hasta el momento él casi siempre ha tenido la razón. Su oficina es un mundo abierto. Libros de estilo, periódicos, diccionarios, revistas y cartas; una lluvia de letras y palabras para ser exploradas.
Quizás deba culpar a Rafa y a nuestro poeta Pedro Assef de la tendencia a fijarme, donde quiera que voy, en letreros, avisos o folletos escritos en castellano.Han pasado casi dos años de mi experiencia con aquellos champiñones y escuchando otras personas me he dado cuenta que yo no soy la única que se ha percatado, ni la única que se ha manifestado, en contra del asesinato lingüístico aquel. Tampoco soy la única que ha notado la existencia, desde por lo menos cinco años, de un letrero público que lee “se prohíbe beber bevidas alcohólicas” ubicado fuera de una visitada tienda hispana.
El problema real no es la falta ortográfica, ni que alguien haya cometido un error al escribirlo. De hecho, la ortografía y gramática no son algo simple y muchas personas tienen dificultad para aprenderla y aplicarla. El inconveniente está en la desidia y falta de visión de los que ponen letreros, avisos o información pública en español con errores que distan de ser pequeños. El verdadero error se refugia en la apatía de las personas que, aunque hayan sido advertidas del traspié, no hagan nada para cambiarlo.
Me cuesta trabajo creer que éste restaurante no tenga dinero para invertir en nuevos menús. ¿Qué tal cambiar solo la hoja donde está el error? Qué tal si, “a falta de dinero”, se le agrega con bolígrafo la “h” que le falta para que llegue a ser un hongo de verdad. ¿Me cree exagerada? Tal vez lo sea. Pero me permito sacar estas cosas a flote por el bien de los que están aprendiendo a leer - incluyendo a los anglosajones que estudian español- por la gente que quiere superarse y por los que queremos mejorar día a día.
Adivino que más de alguna persona se sentirá atacada con esta columna, aunque yo haya aclarado que me refiero a lugares públicos y no al lector en si. Tampoco me cuesta imaginar a alguien mirando mis escritos buscando algún error para poder criticarme. Si esto fuera así le agradezco el esfuerzo anticipadamente.
Me permito hablar de temas cotidianos no para criticar por deporte. Sino porque para superar las barreras que tenemos como cultura debemos auto criticarnos, aceptar y hacer algo al respecto. Yo, muy lejos de la perfección, prefiero escribir sobre este tópico, para ver si se deja de subestimar a la gente que desea aprender y para intentar que los lugares públicos puedan arreglar los errores que tienen tiritando a Cervantes en la tumba, porque al parecer, los años pasan y en estos sitios los errores han quedado plasmados como jeroglíficos que no merecen ninguna investigación adicional, sino un cambio inmediato.